El problema no es que privaticemos mucho, el problema es que privatizamos demasiado poco. Con unos cuantos hospitales, colegios, radios, televisiones y universidades no arreglamos nada: hay que desmantelar el estado entero y entregarlo en manos de la mano invisible del mercado, valga la redundancia manual.
Hay que privatizar las carreteras, las aceras, las vías agropecuarias y las fachadas. Quien quiera pasear por la Gran Vía recreando la vista, que lo pague. Hay que privatizar el aire, la contaminación, el agua, las alcantarillas y las ratas. Hay que privatizar las piscinas públicas, que están llenas de gordos aficionados y de viejos ociosos que no hacen más que obstaculizar y flotar como boyas privadas.
Por supuesto no podemos detenernos ahí, sino dar un paso más en el arduo camino de la privatización y privatizar también los ministerios, las autonomías, los ayuntamientos, las diputaciones provinciales y el palacio de la Zarzuela. Es cierto que entonces un montón de funcionarios se quedarían sin trabajo, empezando por el augusto monarca, pero las arcas públicas (que ya no serán tales sino taquillas con candado) no pueden permitirse el lujo de alimentar bocas inútiles, de financiar cacerías africanas, de promocionar nuevas modalidades deportivas, como el tiro al pie.
La marca España necesita un rey privado, un rey competitivo que pasee por el mundo haciendo publicidad del gazpacho o de la tortilla de patatas, un rey esponsorizado por Coca Cola o por el Banco Santander que vaya endilgando el mensaje navideño con los anuncios ya intercalados en la corbata.
Los anteriores realquilados del gobierno, ministros de la cosa y menestras de verdura tampoco iban a salir ganando con el cambio, pero es lo que tiene la empresa privada: o das beneficios o te vas a la puta calle.
Subastemos a Wert, a ver quién se lo queda. Ni de mayordomo de castillo ni de enterrador de guardia. Feministas de peineta como Cospedal, Soraya, Aguirre o Botella hablan mucho de la privatización pero ningún empresario con dos dedos de frente les permitiría dirigir nada más complejo que un asador de castañas o un expositor de cassetes en una gasolinera. Como mucho, de una gasolinera en Albacete.
Privatizar a Cospedal sería el negocio definitivo, no para Cospedal ni para su marido ni para sus interminables conexiones familiares, pero sí para la economía en general, que se vería libre de un enorme lastre, y para la capa de ozono, que se quitaría de encima una tonelada de laca. El mismo trabajo que hace Cospedal, sin sobresueldos y sin laca, lo podría hacer una cajera del Carrefour entre tarjeta y tarjeta y aun le sobraría tiempo para reponer estanterías.
En cuanto al puesto de presidente es una responsabilidad demasiado seria para rifarla entre lameculos profesionales y amiguetes de banqueros. No, lo mejor es reconvertirlo en cargo honorífico, sin retribución económica, anual como el presidente de una Comunidad de vecinos, y que lo ejerza alguien que esté al tanto de lo que pasa.
Un vagabundo borrachuzo de los que duermen en los cajeros no sería mala opción: peor que Mariano no lo puede hacer, seguro que sale más barato y entenderle, se le va a entender parecido.
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