La cena se enfriaba en la mesa mientras se colocaban las sillas e iban sonando las campanas de la iglesia contigua que marcaba las horas, a la par se ponía una música suave de ritmo melódico, favoreciendo el ambiente, en ese instante se cerró la ventana y el frescor de la noche dejo de penetrar en la sala, se palpo el momento. Al cabo de unos instantes, por fin, comenzó la velada, no sin antes presentar las disculpas por no estar a tiempo donde se había acordado.
Miren E. Palacios
Bilbao, a 22 de Mayo del 2010
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